Libertad, igualdad y fraternidad.
Premisas “supuestamente” universales ilustradas que se convirtieron en el símbolo de la Revolución francesa, en la que las mujeres empiezan a tener un fuerte protagonismo en todos los acontecimientos de la misma: las mujeres excluidas de la convocatoria de los Estados Generales por el rey Luis XVI en las que los Tres Estados presentan sus quejas, se reúnen para redactar las suyas, pasando a denominarse a sí mismas “el Tercer Estado del Tercer Estado”, lo que nos da la idea del papel que representaban en la sociedad de clases:
“Pedimos ser ilustradas, poseer empleos, no para usurpar la autoridad de los hombres, sino para ser más estimadas; para que tengamos más medios de vivir en el infortunio y que la indigencia no fuerce a las más débiles a formar parte de la legión de desgraciadas que invaden las calles...”
Estos cuadernos de quejas destinados a hacerse oir significan ya una auténtica reivindicación feminista, ya que suponen vindicaciones de las mujeres que inciden directamente en el orden patriarcal dominante.
Asimismo tras la toma de la Bastilla, miles de mujeres armadas protagonizan la marcha de Versalles para traer a París al rey. Lo que nos da la idea del gran movimiento e implicación de las mujeres en los acontecimientos políticos y sociales del momento.
Pero las consignas universales ilustradas sobre la igualdad y libertad no rezaban para ellas, sólo se referían a los hombres. Las mujeres reclaman su presencia y participación en el espacio público y piden ser representadas por mujeres y participar directamente en los pactos y acuerdos de Estado. En esta afán de participación nacen los clubes de mujeres.
“Volvamos a poner a los hombres en su camino y no aceptemos que con sus sistemas de igualdad y libertad, con sus declaraciones de derechos no s dejen en el estado de inferioridad, de esclavitud en el que nos mantienen desde hace tan largo tiempo.” Etrennes Nationals des Dames
La Revolución francesa que justificaba la igualdad natural y política de los seres humanos negaba el acceso de las mujeres a los derechos políticos, lo que suponía la negación de esa igualdad a una parte de la población, las mujeres.
“... cómo se invoca el principio de igualdad de los derechos a favor de trescientos o cuatrocientos hombres a los que un principio absurdo (el derecho de ciudadanía) había discriminado y olvidar ese mismo principio con respecto a doce millones de mujeres.”Condorcet
Una prueba evidente de esa negación fue la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en 1789, de la que se excluye a las mujeres. La respuesta más contundente a esta declaración la articula Olympe de Gouges en 1791 con su Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, declaración que supondrá el cuerpo teórico de las vindicaciones de las mujeres de la Revolución. Para Olympe la ley debe ser la expresión de la voluntad general, pero en la constitución de esa voluntad no puede haber discriminación por sexo.
La mujer tiene derecho a subir al cadalso; debe tener igualmente el de subir a la Tribuna.
Un año más tarde, en 1792 la británica Mary Wollstonecraft publica Vindicación de los derechos de la mujer, obra que supone la base intelectual y política del feminismo. En ella vindica para las mujeres aquellos derechos naturales que los pensadores ilustrados habían definido en la teoría como propios de la humanidad entera y en la práctica como exclusivos de los varones. Especialmente es duro su ataque a Rousseau, el gran teórico de la igualdad, quien defendía que la desigualdad de sexos tenía un origen natural y no social, como en el caso de la política. El orden de lo social (político) y el orden de lo natural son dos cosas distintas y las mujeres como parte de la naturaleza no pueden tener capacidad política, sería ir contra natura. Este orden natural marca lo que unos y otras deben hacer. Rousseau restringe por tanto la idea universal de igualdad, igualdad y libertad de derechos, a un solo grupo, el de los hombres. Las mujeres quedan por tanto excluidas de la esfera pública, donde no existe ni la razón, ni la ciudadanía, ni la igualdad. Excluidas por esta idea de Rousseau, apoyada por tantos pensadores, de que somos de una “naturaleza diferente y complementaria”.
La Revolución francesa marca un hito en el movimiento feminista porque las mujeres se agrupan y articulan sus quejas, vindican sus derechos, y gritan su exclusión y opresión.
Toda esa conciencia feminista naciente y efervescente pronto fue reprimida; los clubs de mujeres fueron cerrados en 1793, un año más tarde se prohíbe toda participación de las mujeres en actividades políticas y muchas acabaron en la guillotina, una de estas desafortunadas fue Olympe de Gouges. El delito que cometieron estas mujeres fue la trasgresión de las leyes de la naturaleza queriendo ser “hombres de Estado”.
Premisas “supuestamente” universales ilustradas que se convirtieron en el símbolo de la Revolución francesa, en la que las mujeres empiezan a tener un fuerte protagonismo en todos los acontecimientos de la misma: las mujeres excluidas de la convocatoria de los Estados Generales por el rey Luis XVI en las que los Tres Estados presentan sus quejas, se reúnen para redactar las suyas, pasando a denominarse a sí mismas “el Tercer Estado del Tercer Estado”, lo que nos da la idea del papel que representaban en la sociedad de clases:
“Pedimos ser ilustradas, poseer empleos, no para usurpar la autoridad de los hombres, sino para ser más estimadas; para que tengamos más medios de vivir en el infortunio y que la indigencia no fuerce a las más débiles a formar parte de la legión de desgraciadas que invaden las calles...”
Estos cuadernos de quejas destinados a hacerse oir significan ya una auténtica reivindicación feminista, ya que suponen vindicaciones de las mujeres que inciden directamente en el orden patriarcal dominante.
Asimismo tras la toma de la Bastilla, miles de mujeres armadas protagonizan la marcha de Versalles para traer a París al rey. Lo que nos da la idea del gran movimiento e implicación de las mujeres en los acontecimientos políticos y sociales del momento.
Pero las consignas universales ilustradas sobre la igualdad y libertad no rezaban para ellas, sólo se referían a los hombres. Las mujeres reclaman su presencia y participación en el espacio público y piden ser representadas por mujeres y participar directamente en los pactos y acuerdos de Estado. En esta afán de participación nacen los clubes de mujeres.
“Volvamos a poner a los hombres en su camino y no aceptemos que con sus sistemas de igualdad y libertad, con sus declaraciones de derechos no s dejen en el estado de inferioridad, de esclavitud en el que nos mantienen desde hace tan largo tiempo.” Etrennes Nationals des Dames
La Revolución francesa que justificaba la igualdad natural y política de los seres humanos negaba el acceso de las mujeres a los derechos políticos, lo que suponía la negación de esa igualdad a una parte de la población, las mujeres.
“... cómo se invoca el principio de igualdad de los derechos a favor de trescientos o cuatrocientos hombres a los que un principio absurdo (el derecho de ciudadanía) había discriminado y olvidar ese mismo principio con respecto a doce millones de mujeres.”Condorcet
Una prueba evidente de esa negación fue la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en 1789, de la que se excluye a las mujeres. La respuesta más contundente a esta declaración la articula Olympe de Gouges en 1791 con su Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, declaración que supondrá el cuerpo teórico de las vindicaciones de las mujeres de la Revolución. Para Olympe la ley debe ser la expresión de la voluntad general, pero en la constitución de esa voluntad no puede haber discriminación por sexo.
La mujer tiene derecho a subir al cadalso; debe tener igualmente el de subir a la Tribuna.
Un año más tarde, en 1792 la británica Mary Wollstonecraft publica Vindicación de los derechos de la mujer, obra que supone la base intelectual y política del feminismo. En ella vindica para las mujeres aquellos derechos naturales que los pensadores ilustrados habían definido en la teoría como propios de la humanidad entera y en la práctica como exclusivos de los varones. Especialmente es duro su ataque a Rousseau, el gran teórico de la igualdad, quien defendía que la desigualdad de sexos tenía un origen natural y no social, como en el caso de la política. El orden de lo social (político) y el orden de lo natural son dos cosas distintas y las mujeres como parte de la naturaleza no pueden tener capacidad política, sería ir contra natura. Este orden natural marca lo que unos y otras deben hacer. Rousseau restringe por tanto la idea universal de igualdad, igualdad y libertad de derechos, a un solo grupo, el de los hombres. Las mujeres quedan por tanto excluidas de la esfera pública, donde no existe ni la razón, ni la ciudadanía, ni la igualdad. Excluidas por esta idea de Rousseau, apoyada por tantos pensadores, de que somos de una “naturaleza diferente y complementaria”.
La Revolución francesa marca un hito en el movimiento feminista porque las mujeres se agrupan y articulan sus quejas, vindican sus derechos, y gritan su exclusión y opresión.
Toda esa conciencia feminista naciente y efervescente pronto fue reprimida; los clubs de mujeres fueron cerrados en 1793, un año más tarde se prohíbe toda participación de las mujeres en actividades políticas y muchas acabaron en la guillotina, una de estas desafortunadas fue Olympe de Gouges. El delito que cometieron estas mujeres fue la trasgresión de las leyes de la naturaleza queriendo ser “hombres de Estado”.
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